jueves, 13 de junio de 2013

Cada día es un desastre que se limita a acontecer
como si nada,
una leve desafinación de la aurora 
que percibimos solo en los ojos melancólicos 
de los perros.

Ahora amanece y armo un castillo 
de cartas en medio de la tormenta.

Cae la tarde y el campanario
de la iglesia del barrio al tocar escupe de sus entrañas
 palomas que van a aterrizar en la plaza.

Llega la noche, entrada la madrugada y
termino de escribir este poema,
mientras mi novia junta las cartas desparramadas.
Acaricia al perro y antes de desnudarse
 me comenta lo linda que está la luna.


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