Cada día es un desastre que se limita a acontecer
como si nada,
una leve desafinación de la aurora
que percibimos solo en los ojos melancólicos
de los perros.
Ahora amanece y armo un castillo
de cartas en medio de la tormenta.
Cae la tarde y el campanario
de la iglesia del barrio al tocar escupe de sus entrañas
palomas que van a aterrizar en la plaza.
Llega la noche, entrada la madrugada y
termino de escribir este poema,
mientras mi novia junta las cartas desparramadas.
Acaricia al perro y antes de desnudarse
me comenta lo linda que está la luna.
me comenta lo linda que está la luna.
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