jueves, 19 de septiembre de 2013

La lupa y el ciego, únicos artefactos de mi memoria:
acerco la lupa, desde el éter,
 y pasa un sonámbulo sosteniendo un pájaro entre sus ojos.
Mas allá hay una arcada andaluza, como la nariz de mi abuelo, al cual enterraron
el mismo día que nació su nieto.
Detenidamente puede verse una pesadilla con accidentes de tránsito,
un ataque de ira de la adolescencia, una tarde de lluvia en la que fue un milagro
tener solamente medio paquete de harina en la lacena, y mucha mucha paciencia,
y mucha mucha desesperanza.
Mas al oeste, cerca del árbol, nace mi hermanita 
y brillan los ojos de mamá. 
A la del norte de un eclipse está el monumento a Gardel del patio
de la madera, cuando estaba por Cafferata todavía.
Sobre la mesa de trabajo  las manos engrasadas de 
mi viejo, siempre con el mismo pulover que esperaba ver después de 12 horas
para mostrarle que ya podía hacer 15 jueguitos.
Acerco más y más la lupa y hay peceras, cigarrillos, calambres,
semáforos eternos, el mismo colectivo que siempre es distinto, almanaques
pornográficos , el pudor de ver pasar una monja, 
una tiza trazando el abecedario en imprenta mayúscula.
Hasta que llego al final, al piso, y veo inmóvil al ciego con su
sombra, los fantasmas presos en su alma que gritan sin ser escuchados. 


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